Sant Jordi
El día de Sant Jordi siempre me
resulta un tanto extraño. El caballero hidalgo que salvó a la princesa de ser
devorada por un dragón tirano. Tirano no, era cruel. Cruel porque mataba a
personas o animales para alimentarse, y aquello destrozaba a familias que veían
como sus granjas eran diezmadas o como un miembro de su estirpe perecía. Pero
era su naturaleza, lo hacía por necesidad. No se hacía abrigos con las pieles
de sus víctimas, ni zapatos ni accesorios. No los mataba porque quisiese ser
mejor que los demás de su especie y así demostrara su fuerza o ferocidad, lo
hacía simplemente por la necesidad que le imponían las leyes de la alimentación
a un carnívoro de tamaña dimensión. Era cruel porque cruel era su naturaleza
para nosotros, pero nada más lejos que un animal motivado por la necesidad.
Nosotros, en cambio, hace tiempo que excedimos aquella barrera, y con creces.
Por eso creo que quizás el sino de nuestro devenir hubiese sido mejor con los
dragones venciendo en aquella guerra fantástica de sangre y heroicidad que los
hombres necesitan para alimentar su ego y engrandecer su figura.
Sea como fuere, un hombre consiguió
vencer a aquella bestia. Sí, un solo hombre. Después de meses en los cuales
todo el reino estuvo sometido a los caprichos del monstruo. Incluso el ejército
real, que no hizo nada cuando la princesa fue enviada al sacrificio. Un hombre
pudo hacer lo que no pudo hacer un reino entero, motivado por el amor. Y aunque
eso sea motivo más que suficiente para hacer cualquier locura, barbaridad o
estupidez que sea capaz de concebir la mente humana, el raciocinio nos induce a
pensar que difícilmente te hará más poderoso que un ejército entero. Ante tal
perspectiva, yo, de ser la princesa, no estaría demasiado agradecida con un rey
que era mi padre y que se quedó viéndolas venir, a expensas de que aquella
bestia acabase con mi vida en vez de enviar a su ejército para salvarme, algo
que hubiese conseguido con toda probabilidad dado el hecho de que un solo
caballero lo hizo.
Más considerada, en cambio, debería
ser con Sant Jordi (San Jorge), quien, después de matar al dragón, tuvo que
entregarle la rosa a la princesa. Sería más lógico que fuese ella quien, en
agradecimiento por salvar su vida, corriese el riesgo de coger aquella rosa
repleta de espinas y se la entregase a aquel caballero. Pero claro, que un
hombre reciba una rosa es poco varonil, y aquello no quedaría bien para un
cuento heroico. Así que mejor si era él quien, como declaración de amor
incondicional, como si arriesgar su vida contra tal monstruo no hubiese sido
suficiente, le regalaba aquella rosa a la princesa, puesto que en este mundo se
sabe que un detalle bello y natural, como es el caso de las flores, es mejor
que cualquiera material; es lo que siempre nos han intentado inculcar, es de conocimiento
general que el capitalismo es un concepto extraterrestre y ajeno a nosotros.
También soy de fijarme en detalles,
aunque sean nimiedades. Creo que una rosa es una flor un tanto ambigua para
regalar a alguien a quien ames, quieras o aprecies. Tiene un tallo elegante y
es bonita y estilizada, por lo que la persona que lo recibe podría pensar que
la consideras bella, o, por el contrario, creer que vuestra relación es demasiado
sobria y formal. Ese color rojo pasión es, sin duda alguna, una declaración de
intenciones que dudo que tenga un segundo punto de vista. Pero si le regalas
solo la rosa, esa persona puede pensar que ella es como esa flor, con espinas,
y que tú tienes miedo de pincharte, de hacerte daño, y por eso temes dar un
paso más. En cambio, si le regalas algo más podría interpretar que la intentas
agasajar con regalos porque tienes miedo a perderla. En fin, supongo que vale
más el cómo y el cuándo que el qué, pero en materia de flores sigo sin ser
defensor de las rosas. En gran parte porque identifico a las flores con las
personas y me cuesta pensar que todas las mujeres sean tan iguales como para
recibir el mismo tipo de flor. Nunca me ha gustado lo común, siempre me siento
atraído por lo único.
Y por último está el tema del libro. Yo,
que me encanta leer y vivir mil historias de mil personas diferentes cada año, incitaría
a regalar, recomendar, comprar cualquier libro que a alguien le guste, pero no
con motivo de este día. En efecto, aquel caballero le declaró su amor a la
princesa con gestos pero, sobretodo, con palabras. Y por eso creo que este es
un buen día para expresarte, para decirle a alguien lo que pienses por ti mismo
y no mediante un libro. Porque, a no ser que seas un escritor que haya escrito
su obra inspirado por una persona, o para ella —que no es el caso—, ese libro lo habrá escrito una
tercera persona. Y, por mucho que se acerque a aquello que tú piensas, o por muy
identificado que te sientas, hay alguien que puede decirle mejor a aquella
persona lo que piensa o siente que el autor de ese libro. Tú.
Ahora bien, si tan sólo quieres
comprar un libro a alguien a quien aprecias, como detalle, porque sabes que le
gustará y pasará un buen rato entre esas páginas, haces bien.
Y si compras un libro recomendado
cualquiera a alguien para quedar bien y no ser juzgado por el peso de la
tradición, espero que hayas superado la prueba. Bienvenido a la rutina de la
sociedad actual y del sinsentido de la vida, nos vemos en trescientos sesenta y
cinco días —o uno más, si el calendario así lo dicta—. O mejor no, espero no
acabar en ella.
Comentaris
Publica un comentari a l'entrada