La cima
Hay veces en las que nos prometemos cosas. Pasarán, en un futuro, seguro
que sí. Pero me pregunto si eso no es un error. El planear y no hacer, quiero
decir. El decir, sentir, ilusionarse, pero no atreverse. El ser feliz pensando
en la felicidad que podría uno tener, pero sin llegar nunca a alcanzarla
realmente.
¿Por qué da tanto miedo ser feliz, alcanzar nuestras metas? Por la falta
de fe. Creemos que no llegaremos a ese punto, lo vemos muy lejano,
inalcanzable.
Y es que hay veces en las que parece que la naturaleza no nos haya enseñado
nada. Porque si no, pensaríamos en la cima de una montaña: lo imponente que se
alza, la dificultad que entraña el ascenso, el tremendo esfuerzo necesario para
intentar alcanzarla.
Y, aun así, yo prefiero las cimas altas, muy altas. Porque suponen un
verdadero desafío, porque te hacen sacar lo mejor de ti, porque el esfuerzo
tiene una mayor recompensa, porque las vistas son mejores. Y si el camino se
torna más y más largo, en fin, entonces hay más tiempo para disfrutarlo hasta
llegar a la cumbre. Porque sí, se llega. Pero para eso hace falta ponerse a
andar. Solo eso, ese el gran secreto. Eso y que te den oxígeno de vez en
cuando.
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