Liberación

 

Ejercicio sobre una noticia antigua. Muerte de un desconocido. No importa su identidad, importa su historia. Puede que fuera esta, puede que no.

    

     Su cuerpo se pudría. Por fin era libre.

     Podía respirar la brisa marina y oler el aroma de los árboles que estaban a su alrededor. Ese era el olor de la libertad. Había sido una liberación pacífica, la suya; su cuerpo no se resistió y le dejó marchar, volar sin cadenas en ese lugar.

     Es bien sabido que un alma reside toda la eternidad en el lugar donde se separa del cuerpo que la aprisiona, y es por eso por lo que él había intentado llegar a Key West, el final de todo. Se había convencido de que era un buen lugar para liberarse, pero aquella idea cambió radicalmente cuando se encontró en aquel paraíso poco antes de llegar a su destino. El sol que bañaba todo el parque de luz durante la mayor parte del día, el sonido del oleaje a lo lejos, los pájaros que se posaban en los árboles para entonar una melodía que solo ellos conocían.

     Llegó a plantearse, incluso, la idea de vivir, de seguir con aquel cuerpo que tantas desgracias había visto y que tantas miserias había pasado. Y es que aquel lugar, sin duda, era una oda a la vida —y no a cualquier tipo de vida, sino a la vida bella—.

     Pero allí residía el kit de la cuestión: vivir allí le aportaría una alegría transitoria, pues se vería obligado a abandonar aquel lugar tarde o temprano, y el peso de la realidad recaería sobre sus hombros, un peso que llevaba ya mucho tiempo siendo insoportable. En cambio, perecer en aquel lugar era una idea maravillosa. Tan solo un cuerpo, sin nombre, sin identidad, sin pasado. Se lo llevarían al cabo de los días, cuando algún viajero lo encontrase. Su historia se olvidaría al cabo de unos pocos meses, como un fantasma que queda desfasado al aparecer fenómenos más notorios, y su alma podría residir allí sin nadie que la molestase, sin alguien que la reclamara.

     Una vez hubo tomado la decisión, no fue difícil la ejecución. Se marchó a la playa y bebió cuanta agua salada fue capaz de ingerir su cuerpo. Después, se estiró en su tienda, sin nada que temer. Allí había dejado preparado el escenario para lo ocasión: la ropa, el saco de dormir, el cuaderno de viaje… todo estaba dispuesto para no alterar la tranquilidad que emanaba de su particular edén.

     Tardó unas horas en llegar al estado crítico en el que un cuerpo débil intenta retener algo que no puede albergar. Después, paulatinamente, el nivel de deshidratación alcanzó un límite en el que la vida no tiene cabida. Fue en ese preciso instante cuando su cuerpo se rindió ante la evidencia y su alma fue liberada.

     Ahora sí que podría ser él. Aquello en lo que se había visto obligado a convertirse había quedado atrás para renacer en lo que un día soñó ser.

 


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