Recuerdos desde el olvido



   Hay veces en las que pasa. De repente, surge, brota, un recuerdo que tenías olvidado, o eso pensabas. Es algo que pasa sin previo aviso, es un acto repentino y espontáneo que puede aparecer en cualquier circunstancia. A veces, para bien, puesto que es uno de un buen momento pasado, de una experiencia que te llena, puede que con unas personas a las que aprecias. Otras veces, para mal, puesto que las experiencias son también maravillosas, pero sabes que estas no las vas a volver a revivir.

   Y ahí reside la diferencia, en realidad. Todos estos recuerdos, que vienen desde el olvido, son experiencias que marcan, importantes, trascendentes. Pero la diferencia entre unos y otros radica en echarlos de menos. Unos no los extrañarás, puesto que sabes que los podrás experimentar de nuevo, con la misma gente, en el mismo lugar, esperando vivir las mismas sensaciones. Los otros, sin embargo, y aunque no busques autocompadecerte, los extrañarás, puesto que echar de menos algo no es más que haber renunciado al presente en un pasado. O que lo hayan hecho por ti, el caso es que ya se ha alejado de tu presente y, muy probablemente, de tu futuro.

   Es en ese punto en el que muchas personas se arrepienten de aquello que les ha provocado ese recuerdo por el simple hecho de que ha salido mal, porque aquello se truncó en algún punto y no llegó a buen puerto. Y eso es lo peor que se puede hacer, nunca te arrepientas de lo que te hizo sonreír.

   Otra cosa que la gente intenta es revivir esa experiencia, esas sensaciones, con personas distintas, y eso nunca funciona. Primero, porque el recuerdo es como un pacto entre todos aquellos que lo conforman y del cual nadie más puede formar parte; con gente distinta podrás crear nuevos, pero nunca revivir otros ajenos a esa(s) persona(s). Y segundo, porque la solución para cualquier problema fundamental es encontrarse a uno mismo, no encontrarse en los demás.

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