Aleksandr

     
     Habíamos salido a fumar cuando la oscuridad ya se había adueñado del bosque y no pudimos correr más. Dimitry dio por finalizada aquella sesión cuando Borya se torció el tobillo. No se podía ver el suelo donde pisábamos y, con lo exhaustos que estábamos, lesionarse habría resultado sencillo.

     A veces lo pensaba, eso de lesionarme. Habría sido mejor que aguantar aquellas jornadas en las que Dimitry nos entrenaba como una nueva escuadra que estaría en la reserva, probablemente formando parte de algún ejército aún por establecer. ‘Si no sois mejores soldados que a los que reemplazáis, no merecéis servir a la Patria’ repetía sin cesar durante las duras sesiones el sargento.

     Pero no podía caer, lo hacía por orgullo. Yo era mejor que aquellos hombres y estaba frente a la única oportunidad que había tenido para demostrarlo. Por algo se empieza, pensaba siempre que veía que aquello no me llevaría a ninguna parte. Además, era todo lo que teníamos. Los cuatro nos habíamos reencontrado después de marcharnos con lo puesto de Surgut, no nos quedaba nada.
     
     O sí, al menos nos teníamos a nosotros mismos. La compañía es un valor muy importante, no sabes lo que la echas en falta hasta que te sientes completamente solo, como me pasó durante mis días de cautiverio. Por eso fumábamos encima de aquel montículo sin árboles que tapasen la luna, observando el cielo y amparados por la noche, tan inmensa que para aquel paisaje no se veían más que puntos rojos brillando, intermitentes, en la oscuridad. Por camaradería, porque el humo que desprendían aquellos cigarrillos era lo único que podíamos compartir.


     Era el momento que teníamos para estar los cuatro: Valya, Rodya, Milos y yo. Como en los viejos tiempos, solo que ya nada era igual. Había una guerra, no había vuelto a ver a Alexandra y mi primo y su influencia se encontraban demasiado lejos. No, ahora éramos hombres, o al menos estábamos aprendiendo a serlo. No nos decíamos nada, estar con aquel silencio tan íntimo era el mejor momento del día. Siempre conversábamos cuando el resto ya dormía, como si nos avergonzásemos de hablar de nuestras cosas, de nuestro pasado, en su presencia. Y era así, cuando has pasado tantas penurias y dificultades, no quieres que nadie se dé cuenta de ello, como si no hablarlo ayudase a ser otra persona, a tener otro pasado. Pero el pasado estaba ahí, por eso yo prefería exteriorizarlo con la gente que sabía quién era, con quienes habían pasado por aquello conmigo. Y con nadie más, o al menos por el momento.

Comentaris

Entrades populars